La felicidad paradójica

9788433973863
Gilles Lipovetsky
La felicidad paradójica (2007)

una nueva pesadez *

El hedonismo epicúreo se identificaba con la paz del alma y los placeres sencillos que se disfrutaban en un instante (…) En vez de eso, nosotros tenemos (…) atención infinita a la salud y «placeres en movimiento» que hay que prever y organizar (…). Cultura preventiva, ansiedad sanitaria y estética, tensión entre las exigencias del presente y el futuro: estamos lejos de alimentarnos del momento que pasa y de los placeres que se presentan, ya que la ociosidad despreocupada del hedonismo retrocede a medida que cada cual se convierte en agente autónomo e informado. A la sombra de la ligereza consumista, una nueva pesadez se ha apoderado de las existencias.

olvidar el sentido

Cuando los hombres se vuelven totalmente responsables de su mundo, cada vez se complacen más, paradójicamente, en «ser niños». Al final, la jubilación de los dioses ha conducido menos a la afirmación triunfante del sujeto que al derecho al infantilismo para todos, a las distracciones «pasivas» y pueriles (…). Si el cosmos de la racionalidad instrumental es testigo de la fuerza que tiene la «búsqueda del sentido», lo es todavía más de la creciente necesidad de olvidar el sentido, de evadirse de la vida, corriente con actividades insignificantes y gratuitas que «nos liberan de la obra de la libertad, nos dan una irresponsabilidad que vivimos con placer» [Eugen Fink, ‘Le jeu comme symbole du monde, 1966]

infantilización del consumidor

Entre las propensiones del hiperconsumidor no está tanto hacerse el «grande» delante del otro como volver a ser «pequeño». Por eso hoy vemos adultos que compran ositos infantiles, que llevan camisetas Barbie, que van en monopatín o en patinete, que participan en veladas en que se tararean las melodías de programas televisivos de su infancia (…) Philippe Murray (…) no dudó en reconocer en él, categóricamente, la «universalización del cuarto de los niños».

comprar la ‘pax’ familiar

En la hora en la que crece el «hijo-rey» informado, que decide y prescribe, el consumo aparece como un medio de «comprar la paz» en la familia, y una manera de hacerse perdonar por demasiadas ausencias largas y al mismo tiempo un derecho del hijo basado en el derecho a la felicidad, a los placeres, a la individualidad.

¿menos sociables?: el nuevo ritmo del corazón

En contra de una afirmación que se repite, la sociedad de hiperconsumo no equivale (…) al «confinamiento interactivo generalizado» (…) Estamos muy lejos de la sociedad «abundante en comunicación y escasa en encuentros»; por el contrario, lo que parecen indicar las tendencias más significativas es el gusto por lo «en vivo», el deseo de salir, de «ver mundo», de participar en las grandes concentraciones festivas (…) Evitemos el cliché de la decadencia de la vida social (…) en lo que se refiere al crecimiento de lo virtual y de los medios, es más probable que acentúe la importancia experiencial de los contactos directos que no que la devalúe (…). Si las relaciones de vecindad se debilitan no es beneficio del enclaustramiento doméstico, sino de una «sociabilidad extensa» más selectiva, más efímera, más emocional, o, dicho de otro modo, en la onda del espíritu hiperconsumista (…). Todavía sensible a la desgracia de los demás, todavía deseoso de sentirse útil al prójimo, el «corazón» del individuo hiperconsumidor no ha dejado de latir: aunque tiene otro ritmo.

problematización del comer

El lugar privilegiado, en cuanto a resistencia a la decepción, que ocupaban hasta hace poco los productos alimentarios ha desaparecido: en la actualidad generan más amargura y contrariedad que los objetos técnicos (…). En lugar de ingestiones gigantescas, prescritas por los ritos colectivos, que celebran el triunfo de la abundancia material, lo que se ve es un trabajo de subjetivación de lo que se come y se bebe, una preocupación dietética basada en lo que dicen los conocimientos científicos. La cultura dionisíaca se ha agotado en su propio principio: beber y comer han entrado en la era de la reflexión y la responsabilidad individual.

atletas de la libido

Si el sujeto libidinal moderno se beneficia de la relajación de las trabas tradicionales, no por ello está menos dirigido por nuevos modelos estandarizados, por ejemplo la obligación de parecer libre, de gozar al máximo, estar a la altura de lo que se espera en el comportamiento erótico. En épocas anteriores predominaba la norma de la mojigatería; en tal caso podríamos tener hoy una «libertad impuesta», una «manía persecutoria» de nuevo cuño, de la sexualidad y el «orgasmo obligatorio» (…) Nuestra época nos ordena sistemáticamente experimentarlo todo, que nos liberemos de los bloqueos e inhibiciones (…) que seamos una especie de atletas de la libido. Por lo visto, bajo la apariencia de la permisividad progresa la ferocidad de las normas de la excelencia mensurable, un hedonismo cuantitativo y obligatorio que más que desinhibir a los individuos, los acompleja.

cuerpo libre, ser esclavo

Así como el liberalismo económico produce una nueva pobreza, también el liberalismo sexual engendra un neopauperismo libidinal y afectivo. En este universo hipercompetitivo, sólo unos cuantos sacan provecho de la liberalización de las costumbres, ya que la mayoría está condenada a la soledad, a la frustración, a avergonzarse de sí misma. Como si no fuera suficiente con el «horror económico», ahora lo vemos de la mano con el horror libidinal. Al fin y al cabo, el invividualismo y el liberalismo cultural no han hecho sino aislar paulatinamente a las personas, volverlas egocéntricas, incapaces de hacer feliz al otro. Lejos de haber potenciado la felicidad de los sentidos, la revolución sexual produjo un tremendo alud de frustraciones y malestar. Liberación de los cuerpos, desamparo de los seres.

¿devaluación del amor?

Ni siquiera entre los adolescentes pueden las relaciones íntimas eludir una referencia, por ligera que sea, a los sentimientos y al amor, para velar la desnudez de la pulsión (…). Al final se anda menos de aventura sexual en aventura sexual que de historia amorosa en historia amorosa (…) Consumismo sentimental que podrá ser cualquier cosa menos eufórica, dado que produce sensación de vacío, resentimiento, heridas íntimas. Luego si hay un consumismo hedonista, también existe una dimensión sismográfica del hiperconsumo, dominada por la repetida alternancia de felicidad y tristeza, exaltación y abatimiento (…). La verdad es que no ha habido ninguna devaluación del «te quiero»: a lo sumo, se pronuncia después y no antes del acto sexual.

la era de la decepción cultural

Esta situación es insólita. En las sociedades tradicionales, la vida material era difícil, a menudo fuente de temor y furia (obsesión por la carestía, miedo a morir de hambre, revueltas contra los excesos fiscales), pero el orden cultural, fuertemente interiorizado, no producía ningún rechazo, ningún hastío. En muchos aspectos esta configuración se ha invertido: ahora, cuanto más se multiplican las satisfacciones materiales, más aumentan las decepciones culturales.

el hombre kleenex

La época ve consolidarse la individualización del fracaso social, ya que todas las encuestas ponen de manifiesto que el paro obsesiona a los ciudadanos, cuestiona la identidad personal y social. Lo que antes se vivía como un destino de clase se vive hoy como una humillación, una vergüenza individual. Así pues en el corazón del planeta bienestar crece la sensación de ser inútil al mundo, de haber sido «utilizado» y después «expulsado», de haber fracasado totalmente.

más pobres, más consumidores de felicidad virtual

Confinadas en la casa por falta de recursos económicos, estas poblaciones pasan muchas horas delante del televisor (…) Hiperconsumidores de teleseries, de películas, de concursos, los grupos económicos más frágiles son también, por ello mismo, hiperconsumidores de anuncios (…) no se sienten pobres sólo porque consuman pocos bienes y diversiones, sino también porque consumen demasiadas imágenes de felicidad comercial (…) por donde más influye la televisión en la violencia de los jóvenes es por esta vía «feliz», incitante y publicitaria, y no, como se suele afirmar, por la inflación mediática de escenas de sangre.

sobreconsumidores de intimidad ajena

La época que comprime el espacio-tiempo es también la que tiende a disolver las antiguas fronteras separando el espacio privado del público. Se fueron los viejos pudores de la subjetividad y hoy es la vida personal la que se despliega a pleno día, inundando con grandes olas la escena mediático-política. Éramos consumidores de objetos, de viajes, de información y ahora somos por añadidura sobreconsumidores de intimidad (…). A las superproducciones hollywoodienses se suman ahora los shows del yo.

el tabú de la envidia

«La envidia es una pasión callada y vergonzosa que nadie se atreve a confesar nunca» (…) no hay teleobjetivos, no hay confidencias: la envidia es lo que callamos. Ya no hay reparo en llorar en público ni en hablar de la vida sentimental y de las inclinaciones sexuales del sujeto: pero ¿quién confiesa que se alegraría de ver destruida la felicidad del otro? ¿Quién reconoce que tiene el alma rebosante de hiel? ¿Qué envidioso quiere que el envidiado lo identifique como tal? (…) Es uno de esos escollos que choca con el proceso de sobreexposición personal.

el gran escaparate del Otro

En «el mundo que hemos perdido» había normas sociales imperativas encargadas de contener el desbordamiento de la codicia ajena. Las cosas ya no son así: a diferencia de entonces, las sociedades actuales han dinamitado todos los diques de «protección» y es como si las costumbres hiperindividualistas nos hubieran liberado del miedo inmemorial a las envidias (…). Los medios hipermodernos dan un relieve sin precedentes a los Olímpicos (estrellas, top models, playboys, deportistas, multimillonarios, etc.) que parecen vivir a un nivel de vida superior. Ya no consumimos sólo cosas, sobreconsumimos el espectáculo ciclópeo de la felicidad de personajes celebroides.

de le era de la Envidia a la era de la Indiferencia

No nos alegremos demasiado pronto en ver retroceder los estragos de la envidia. La alegría malintencionada se atenúa, la indiferencia por el otro aumenta. Y muchos otros sufrimientos asaltan al hiperindividuo, con su soledad, su ansiedad y dudas sobre sí mismo, La felicidad sigue en el mismo sitio.

la autoayuda o el nuevo pensamiento mágico

Aprendamos a amarnos, modifiquemos nuestra forma de pensar y la vida se volverá alegre, próspera, rebosante de salud. El «nuevo paradigma» se construye según este silogismo: lo que nos llega es el reflejo de nuestra actitud interior; nosotros podemos cambiar y dirigir nuestra conciencia; luego la felicidad es nuestra, se aprende, está totalmente en nuestras manos: tal es el credo que repiten sin cesar los maestros de espiritualidad y desarrollo personal. Lo que regresa al universo actual bajo una fachada de psicologismo triunfante no es ni más ni menos que el pensamiento mágico.

la felicidad ingobernable

Nadie supo poner de relieve mejor que Rousseau los dilemas insalvables del problema de la felicidad. Incompleto, incapaz de bastarse, el ser humano necesita a otros para conocer la felicidad. Y como ésta es inseparable de la relación con el otro, el individuo está inevitablemente condenado a las decepciones y reveses de la vida. Puesto que dependo de otros para ser completamente feliz, mi dicha es necesariamente fugitiva e inestable. Sin otro no soy nada, con otro estoy a su merced: a lo único que puede acceder el individuo es a una «felicidad endeble». La lección no puede ser más ilustrativa: como no podemos ser felices solos, no somos dueños de la felicidad. «Viene» y se nos va en gran parte sin nosotros.

cuanto más sistema, más espacio para sus críticos

Por más que se imponga un universo caracterizado por la aprobación generalizada  de las condiciones de vida, somos testigos de una especie de democratización del disentimiento, pues criticar el mundo consumista se ha vuelto de lo más normal (…). Conforme el orden comercial invade los hábitos de vida, las descalificaciones e insatisfacciones se multiplican, ya que todos se han vuelto más o menos críticos de un mundo que, en el fondo, nadie quiere que sea básicamente distinto (…) hay más postura crítica cuanto más profunda es la adhesión al statu quo.

¿hacia un futuro posconsumista?

Si es así, los antropólogos del futuro lejano tal vez se agachen para observar con curiosidad esta civilización ilustrada en la que el Homo sapiens rendía culto a un dios tan ridículo como fascinante: la mercancía efímera.

la propina

Luchamos por una sociedad y una vida mejores, buscamos incesantemente caminos que nos lleven a la felicidad, pero, ¿cómo ignorar que eso que más apreciamos, la alegría de vivir, será siempre como una propina? *

*El último pasaje es la frase que concluye el libro.
*Los títulos que encabezan los fragmentos son del autor del blog, no aparecen en el libro

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